Columna publicada en La Tercera el 9 de septiembre de 2015. Ver publicación original.
La caída del precio del cobre en los últimos dos meses coloca a Codelco en un delicado trance, ya que si el precio se mantiene en los niveles actuales, la empresa no aportará excedentes significativos al Estado, marcando un quiebre histórico en tal sentido.
Desde que comenzó la crisis asiática -hace 18 años- que la industria del cobre no enfrentaba un ciclo de bajos precios, y sus consecuencias están olvidadas. Los efectos en el país son la depreciación del peso, el deterioro de los términos de intercambio y de la balanza comercial, menor crecimiento económico, aumento de la deuda externa y del déficit fiscal, aumento del desempleo, elevación de la inflación, etc.
En las empresas los ciclos bajos significan menor rentabilidad, a veces pérdidas, y son enfrentados con reducción de costos, menor exploración e inversión, cierre de operaciones de alto costo, y modificación de los planes de explotación favoreciendo áreas de mayores leyes de mineral. En la crisis asiática hubo énfasis en la protección del empleo, con reducciones salariales o de las jornadas de trabajo, fin de los bonos de término de conflicto y su reemplazo por bonos de productividad. La etapa que comienza debiera ser similar.
Codelco aplicó estas políticas en la crisis asiática con el apoyo irrestricto de sus trabajadores, y si bien salió fortalecida de ella, perdió competitividad desde entonces debido al retraso de sus inversiones estructurales, lo que principalmente fue producto de la casi total falta de reinversión por parte del dueño, motivado por el uso de los excedentes en fines sociales mientras las ganancias extra de Codelco y de otras mineras durante el superciclo se traspasó a los Fondos Soberanos.
Recién en 2014 el gobierno accedió a reinvertir adecuadamente en Codelco, pero ya era tarde y la empresa enfrentaría años de bastante menor producción que la actual -al menos hasta 2020-, lo que puede deteriorar su situación y fuerza a una vigilancia redoblada para asegurar que podrá enfrentar sus compromisos económicos.
A ello hay que añadir la incertidumbre sobre el futuro del precio del cobre, el que podría seguir bajando desde aproximadamente el 90% de los costos operacionales globales en que se sitúa ahora. El futuro del precio del cobre depende de la demanda, es decir, fundamentalmente del éxito que tenga China en el manejo de su economía, la que transita el mismo proceso que originó la crisis asiática y la recesión en Japón a comienzos de los 70.
En cualquier circunstancia, las acciones y demandas de los contratistas impulsadas por su Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), bloqueando violentamente la producción en varias faenas y con vandalismo en las instalaciones de la división Salvador son inaceptables. Codelco no está en condiciones de entregar bonos de término de conflicto a sus trabajadores y contratistas.
Por ello las declaraciones del Presidente ejecutivo de Codelco -respaldadas por su directorio- sobre el inicio de una “economía de guerra”, recortando costos hasta “el hueso” y reduciendo el ritmo de avance de las inversiones estructurales son acertadas y hay que apoyarlas.
La caída del precio del cobre en los últimos dos meses coloca a Codelco en un delicado trance, ya que si el precio se mantiene en los niveles actuales, la empresa no aportará excedentes significativos al Estado, marcando un quiebre histórico en tal sentido.
Desde que comenzó la crisis asiática -hace 18 años- que la industria del cobre no enfrentaba un ciclo de bajos precios, y sus consecuencias están olvidadas. Los efectos en el país son la depreciación del peso, el deterioro de los términos de intercambio y de la balanza comercial, menor crecimiento económico, aumento de la deuda externa y del déficit fiscal, aumento del desempleo, elevación de la inflación, etc.
En las empresas los ciclos bajos significan menor rentabilidad, a veces pérdidas, y son enfrentados con reducción de costos, menor exploración e inversión, cierre de operaciones de alto costo, y modificación de los planes de explotación favoreciendo áreas de mayores leyes de mineral. En la crisis asiática hubo énfasis en la protección del empleo, con reducciones salariales o de las jornadas de trabajo, fin de los bonos de término de conflicto y su reemplazo por bonos de productividad. La etapa que comienza debiera ser similar.
Codelco aplicó estas políticas en la crisis asiática con el apoyo irrestricto de sus trabajadores, y si bien salió fortalecida de ella, perdió competitividad desde entonces debido al retraso de sus inversiones estructurales, lo que principalmente fue producto de la casi total falta de reinversión por parte del dueño, motivado por el uso de los excedentes en fines sociales mientras las ganancias extra de Codelco y de otras mineras durante el superciclo se traspasó a los Fondos Soberanos.
Recién en 2014 el gobierno accedió a reinvertir adecuadamente en Codelco, pero ya era tarde y la empresa enfrentaría años de bastante menor producción que la actual -al menos hasta 2020-, lo que puede deteriorar su situación y fuerza a una vigilancia redoblada para asegurar que podrá enfrentar sus compromisos económicos.
A ello hay que añadir la incertidumbre sobre el futuro del precio del cobre, el que podría seguir bajando desde aproximadamente el 90% de los costos operacionales globales en que se sitúa ahora. El futuro del precio del cobre depende de la demanda, es decir, fundamentalmente del éxito que tenga China en el manejo de su economía, la que transita el mismo proceso que originó la crisis asiática y la recesión en Japón a comienzos de los 70.
En cualquier circunstancia, las acciones y demandas de los contratistas impulsadas por su Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), bloqueando violentamente la producción en varias faenas y con vandalismo en las instalaciones de la división Salvador son inaceptables. Codelco no está en condiciones de entregar bonos de término de conflicto a sus trabajadores y contratistas.
Por ello las declaraciones del Presidente ejecutivo de Codelco -respaldadas por su directorio- sobre el inicio de una “economía de guerra”, recortando costos hasta “el hueso” y reduciendo el ritmo de avance de las inversiones estructurales son acertadas y hay que apoyarlas.